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desapasionadamente, o si esperanzas e ideas desesperadas hab�an formado
eco en su cerebro como hombres en una prisión aporreando los barrotes.
- Cre�a que me ser�a posible buscar alguna solución. �Qu� me dice de las
formas que ofrecen los poros de la piel? Estas no pueden haber cambiado.
Rogers sacudió la cabeza.
- Lo siento, Mr. Martino. Cr�ame, nuestros expertos en identificaciones
f�sicas han estado durante d�as examinando intensamente este asunto. Es
cierto que fueron mencionadas las formas que ofrecen los poros. Pero,
desgraciadamente, eso no podr�a servirnos de nada. No nos hab�amos
preocupado de eso antes de que se produjese la explosión, y en nuestros
archivos no hay nada al respecto. A nadie se le ocurrió pensar en detalles tan
minuciosos. - Levantó la mano para rascarse la cabeza, y la dejó caer
resignadamente -. Me temo que esto mismo puede ser dicho en lo que se
refiere a todo lo dem�s. Tenemos archivadas sus huellas dactilares y
fotograf�as retinales. Todo ello es in�til ahora.
�Y aqu� estamos�, Pensó, �dando vueltas en torno a la cuestión de si
usted es verdaderamente Martino, pero un Martino que se ha pasado al bando
de ellos. Hay l�mites a lo que las gentes civilizadas pueden intentar
abiertamente, por muy intensamente que puedan especular. De manera que
todo lo dem�s poco importa. No hay ning�n f�cil escape para ninguno de los
dos, sea lo que sea lo que digamos o hagamos ahora. Hemos tratado de
encontrar las respuestas f�ciles, y no hemos hallado ninguna. Ahora, tanto para
usted como para m�, se trata de dejar correr el tiempo�
- �No hay nada en absoluto que pudiese dar resultado?
- Me temo que no. No tiene marcas o cicatrices que no pudiesen ser
falsificadas, ni tatuajes, nada. Hemos pensado en todo, Mr. Martino. Hemos
pensado en todas las Posibilidades. Hemos acumulado un verdadero equipo de
especialistas. Todo el mundo se muestra de acuerdo en que no se puede
pensar en hallar una r�pida respuesta.
- Eso es dif�cil de creer - dijo el hombre.
- Mr. Martino, usted se halla m�s profundamente implicado en el problema
que cualquiera de nosotros. A usted le ha sido imposible ofrecernos algo �til. Y
usted es hombre muy inteligente.
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- S�, soy Lucas Martino - apuntó secamente el hombre.
- Aun cuando no lo fuera. - Rogers apoyó sobre las rodillas las palmas de
las manos -. Consider�moslo de manera lógica. En todo cuanto nosotros
podamos pensar, ellos han podido pensar primero. Al intentar establecer algo
sobre usted es in�til abordar normalmente el problema. Nosotros somos los
especialistas encargados de identificarle a usted y la mayor parte llevamos
largo tiempo haciendo esta clase de trabajo. Hace siete a�os que soy jefe del
departamento de seguridad del G.N.A. de este sector. Soy el individuo
responsable de los agentes que introducimos en su organización. Pero al
intentar deshacerle a usted, tengo que afrontar la posibilidad de que otros
tantos expertos del otro bando hayan montado sus piezas y de que usted
mismo pueda estar a la altura de mi propia experiencia en la cuestión de las
falsas identidades. Lo que aqu� se halla en conflicto son los totales esfuerzos
de dos eficientes organizaciones, cada una de las cuales posee los recursos de
la mitad del mundo. Esta es la situación, y todos tenemos que atenernos a ella.
- �Qu� va a hacer usted?
- Para dec�rselo es para lo que he bajado. No podemos mantenerlo aqu�
indefinidamente. Nosotros no hacemos las cosas de esa manera. De forma que
es usted libre de irse.
El hombre alzó la cabeza bruscamente.
- En eso hay alg�n inconveniente.
Rogers asintió con la cabeza.
- S�, lo hay. No podemos permitirle volver a emprender un trabajo sensitivo.
Ese es el inconveniente, y usted ya lo conoc�a. Ahora es oficial. Es usted libre
de irse y hacer cuanto quiera, siempre que no tenga nada que ver con la f�sica.
- Ya - repuso tranquilamente el hombre -. Lo que ustedes desean es ver
cómo me comporto. �Cu�nto tiempo ya a durar esa situación? �Durante cu�nto
tiempo me van a estar vigilando?
- Hasta que hayamos descubierto qui�n es usted.
El hombre comenzó a re�r, quieta y amargamente.
- �De manera que se va de aqu� hoy? - preguntó Finchley.
- Ma�ana por la ma�ana. Desea ir a Nueva York. Le pagamos el viaje por
avión, le hemos concedido una pensión del cien por cien por incapacidad y le
hemos dado cuatro meses de paga retrasada, como se la hubi�semos dado a
Martino.
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- �Va a hacer que un equipo lo vigile en Nueva York?
- S�. Y yo ir� en el avión con �l.
- �Ir� usted? �Renuncia al empleo que tiene aqu�?
- Si. Ordenes. El es mi beb� personal. Mandar� a la unidad de vigilancia
del G.N.A. en Nueva York.
Finchley le miró con curiosidad. Rogers le resistió la mirada. Al cabo de un
momento, el hombre del F.B.I. emitió un sonido entre sus dientes superiores y
dejó que todo quedara reducido a eso. Pero Rogers vio su boca estirada por la
peculiar mueca con la que un hombre trata de demostrar que un compa�ero de
profesión ha dejado de contar con su respeto.
- �Cu�l va a ser su procedimiento? - preguntó Finchley - �Simplemente
mantenerlo bajo constante vigilancia hasta que haga un movimiento falso?
Rogers sacudió la cabeza.
- No. No podemos limitarnos a estar mano sobre mano. No tenemos a
nuestra disposición sino un posible medio de identificación. Tenemos que
construir un perfil psicológico de Lucas Martino. Despu�s lo compararemos con
los actos y respuestas de ese individuo en situaciones en las que podamos
saber exactamente cómo hubiera reaccionado el verdadero Martino. Vamos a
ahondar tan profundamente como sea necesario. Vamos a reducir a Lucas a un
n�mero determinado de puntos en un diagrama, y despu�s vamos a hacer otro
diagrama de ese individuo, para compararlos. De manera que cada vez que
haga algo que no hubiese hecho jam�s Lucas Martino, lo sabremos. Cada vez
que se manifieste en una actitud que el viejo y leal Lucas Martino no se hubiera
manifestado, caeremos sobre �l como una tonelada de ladrillos.
- S�, pero...
Finchley parec�a incómodo. Ya no pertenec�a de manera espec�fica al
equipo de Rogers. De ahora en adelante no ser�a sino el hombre de enlace
entre el grupo de vigilancia del G.N.A. al mando de Rogers y el F.B.I. Como
miembro de una organización diferente, tendr�a que prestar su ayuda siempre
que fuese necesario, pero su obligación no era ofrecer sugerencias si no las
ped�an. Y sobre todo ahora, cuando Rogers pod�a sentirse inclinado a
mostrarse susceptible en las cuestiones de rango.
- �Bien? - preguntó Rogers.
- Bien, lo que usted va a hacer es esperar a que ese hombre cometa una
equivocación. Es hombre inteligente, de forma que no la cometer� pronto, y no
ser� grande. Ser� una cosa sin importancia, y puede que pase a�os antes de
que la haga. Pueden llegar a ser quince a�os. Puede que muera sin haberla
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hecho. Y durante todo ese tiempo estar� vigilado. Durante todo ese tiempo
puede que sea Lucas Martino... y si lo es, ese sistema no lo demostrar� nunca.
La voz de Rogers fue suave.
- �Puede usted pensar en algo mejor? �Puede pensar en algo?
No era culpa de Finchley el que estuvieran metidos en aquel l�o. No era
culpa del G.N.A. el que �l hubiera sido trasladado. No era culpa de Martino el
que se hubiera producido todo el asunto. Tampoco era culpa suya, pero en
cambio, �no era culpa suya el que Mr. Deptford hubiese sido degradado?
Estaban cogidos en una estructura de circunstancias encajadas las unas en las
otras en forma tal que constitu�an como una especie de laberinto, y nadie pod�a
hacer otra cosa sino seguir el primer camino que se le presentaba por delante.
- No - admitió Finchley -. No se me ocurre ninguna idea digna de ser puesta
en pr�ctica.
El campo del aeropuerto estaba envuelto en niebla, y Rogers permanec�a
solo, afuera, esperando a que se levantara. Se manten�a vuelto de espaldas al
coche aparcado a diez pies de distancia, junto al edificio de la administración,
donde el otro hombre estaba sentado con Finchley. Rogers se hab�a subido el
cuello del abrigo y ten�a las manos hundidas en los bolsillos. Miraba la sucia
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