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fin a aquella desagradable entrevista, las di por terminadas.
 Hoy es viernes  le dije . Denos usted de plazo hasta el próximo jueves y le
contestaremos definitivamente.
 Perfectamente  contestó el notario . Si usted quiere más tiempo, pídalo. 
Cogió el sombrero para marcharse, pero se detuvo y continuó:  Por cierto, ¿no
ha vuelto usted a saber nada de la loca que escribió el anónimo?
 Nada  le contesté . ¿Sabe usted algo de ella?
 Todavía no  me contestó . Sin embargo, no perdemos las esperanzas. Sir
Percival tiene la sospecha de que alguien la esconde, y estamos vigilando a ese
alguien.
 ¿Se refiere usted a la vieja que la acompañaba en Cumberland?
 Al contrario, mi querido amigo  contestó el señor Merriman . Tampoco
hemos conseguido coger a la vieja. El alguien ese de que hablo es un hombre. No
le perdemos de vista aquí, en Londres, y sospechamos fundadamente que estuvo
mezclado en la fuga de la enferma. Sir Percival quería entenderse directamente
con él, pero yo le dije que era mejor que le vigiláramos. Ya veremos lo que
ocurre. Así, pues, esperemos hasta el miércoles, fecha en que espero tener el
gusto de recibir sus gratas noticias.
Y, sonriendo afablemente, salió de la habitación.
Estaba tan preocupado con las condiciones de aquel contrato que apenas si presté
oídos a las últimas palabras de mi colega. En cuanto me hube quedado solo
comencé a cavilar en lo que debía hacer. Si mi cliente hubiera sido otro, yo
hubiera seguido sus instrucciones sin tener en cuenta mi opinión personal. Pero
yo no podía contemplar con tanta indiferencia los intereses de la señorita Fairlie.
Experimentaba por ella un verdadero afecto mezclado con el respeto que la
memoria de sus padres me inspiraba y estaba decidido a no perdonar la menor
cosa con objeto de poner a salvó sus intereses. Hubiera sido inútil escribir de
nuevo al señor Fairlie. Tal vez una entrevista sería el medio de conseguir algo de
él. El siguiente día era sábado. Me decidí a tomar un tren, saqué billete de ida y
vuelta y metí otra vez mis huesos en un vagón, con objeto de convencer al
contumaz egoísta. Tenía pocas probabilidades de éxito, pero no quise dejar de dar
este paso. Una vez dado, mi conciencia quedarla tranquila sabiendo que había
hecho todo lo posible por proteger los intereses de la hija de un buen amigo mío.
Hacía un día magnífico cuando me dispuse a marchar. Mi médico me había
recomendado el ejercicio, y acordándome de ello le di la maleta a un criado y me
dirigí a la estación a pie. En la esquina de Holborn se acercó a mí un joven y me
saludó. Era el señor Hartright. Si él no me hubiera saludado el primero, no lo
hubiese reconocido, tan cambiado estaba. Su rostro aparecía ante mi pálido y
demacrado; inseguras sus maneras, y su traje, que en otra ocasión me había
llamado la atención por su sencillez elegante, me hubiese avergonzado verlo
vestir a uno de mis escribientes.
 ¿Hace tiempo que ha vuelto usted?  me preguntó Creo que ya han sido
aceptadas las explicaciones de Sir Percival. ¿Está decidido el matrimonio? ¿sabe
usted, cuándo ha de verificarse?
Hablaba tan precipitadamente que no podía ni contestarle. Ignorando que su
intimidad con la familia Fairlie llegase al extremo de tener que darle cuenta de
sus asuntos privados decidí comunicarle lo menos posible con respecto al
matrimonio.
 El tiempo lo dirá, señor Hartright. Ya lo verá usted en los periódicos  le
dije . Lamento verle a usted tan desmejorado.
Una mueca nerviosa, que contrajo su semblante, me hizo arrepentir de haberle
contestado tan ligeramente.
 Tiene usted razón  repuso con amargura . No tengo ningún derecho a
preguntar por este matrimonio, y debo esperar leerlo en los periódicos, como todo
el mundo. En efecto, señor  continuó antes de que yo pudiera disculparme, he
estado enfermo. Ahora me voy fuera de Londres a cambiar de aires y de
ocupaciones. La señorita Halcombe ha tenido a bien usar en mi favor de su
influencia y he sido aceptado. Voy muy lejos, pero no importa. No me importa ni
el clima ni lo que dure mi ausencia  y al hablar, miraba recelosamente a los
transeúntes, como si sospechara que le seguía alguien.
 Le deseo mucha suerte y un rápido y feliz regreso  le dije, para aminorar mi
anterior impertinencia. Y añadí  : Voy ahora a Limmeridge a tratar de negocios.
Las dos señoritas están pasando unos días en Yorkshire.  Brillaron sus ojos y
pareció que iba a decirme algo. Pero una segunda mueca se dibujó en su
semblante, y estrechándome fuertemente la mano se alejó con rapidez. A pesar de
que para mí era casi un extraño, continué inmóvil viéndole marchar, sintiendo
dentro de mí una mezcla de pena y de reproche. Indicábame mi experiencia que
aquel muchacho se desencarrilaba y cuando me senté en el vagón no tenía
ninguna confianza con respecto al porvenir de Walter Hartright.
IV
Llegué a Limmeridge a la hora de comer. Esperé que la buena señora Vesey me
acompañara, pero estaba enferma a causa de un resfriado, y los criados, al verme
de improviso, comenzaron hacer toda clase de suposiciones absurdas. Al anuncio
de mi llegada, me contestó el señor Fairlie que tendría sumo gusto en verme al día [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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