[ Pobierz całość w formacie PDF ]

que me sustrajeron después de unos minutos mis dos guardianes aferrándome por los codos
y conduciéndome hacia el espacio detrás de los árboles en el que ardían las hogueras. Del
parloteo rápido y chillón que seguía resonando a mis espaldas me llegaba, de tanto en tanto,
mientras me iba alejando, la única palabra referida a mi persona que yo podía reconocer
hasta ese momento -Def-ghi, Def-ghi, Def-ghi- dicha con distintas entonaciones, en medio
de sonidos de extensión diferente que eran las frases que intercambiaban, y proferida por
diferentes personas. Conducido por los dos indios, atravesé los árboles y llegué adonde
estaban las hogueras, que ardían entre los espacios libres dejados por un caserío irregular y
bastante extendido. Tres viejas conversaban apacibles, sentadas cerca del fuego, contra el
frente de una de las construcciones. Al vernos llegar se interrumpieron, y una de ellas
dirigiéndose a mis guardianes con interés displicente, señalándome con la cabeza, lo
interrogó con la expresión y con un ademán consistente en juntar por las yemas todos los
dedos de una mano y sacudirlos varias veces hacia su boca abierta, aludiendo al acto de
comer. Def-ghi, def-ghi, respondió, perentorio, uno de mis acompañantes. Al oírlo, las
viejas abrieron desmesuradamente los ojos, con asombro complacido, y comenzando a
sacudir la cabeza me dirigieron las mismas sonrisas melosas y deferentes con que me
recibían en general todos los miembros de la tribu. Por fin, mis acompañantes, dando un
rodeo por detrás de la construcción a cuya puerta conversaban las tres viejas, me
introdujeron en una de las viviendas.
Toda vida es un pozo de soledad que va ahondándose con los años. Y yo, que vengo más
que otros de la nada, a causa de mi orfandad, ya estaba advertido desde el principio contra
esa apariencia de compañía que es una familia. Pero esa noche, mi soledad, ya grande, se
volvió de golpe desmesurada, como si en ese pozo que se ahonda poco a poco, el fondo,
brusco, hubiese cedido, dejándome caer en la negrura. Me acosté, desconsolado, en el
suelo, y me puse a llorar. Ahora que estoy escribiendo, que el rasguido de mi pluma y los
crujidos de mi silla son los únicos ruidos que suenan, nítidos, en la noche, que mi
respiración inaudible y tranquila sostiene mi vida, que puedo ver mi mano, la mano ajada
de un viejo, deslizándose de izquierda a derecha y dejando un reguero negro a la luz de la
lámpara, me doy cuenta de que, recuerdo de un acontecimiento verdadero o imagen
instantánea, sin pasado ni porvenir, forjada frescamente por un delirio apacible, esa criatura
que llora en un mundo desconocido asiste, sin saberlo, a su propio nacimiento. No se sabe
nunca cuándo se nace: el parto es una simple convención. Muchos mueren sin haber
nacido; otros nacen apenas, otros mal, como abortados. Algunos, por nacimientos
sucesivos, van pasando de vida en vida, y si la muerte no viniese a interrumpirlos, serían
capaces de agotar el ramillete de mundos posibles a fuerza de nacer una y otra vez, como si
poseyesen una reserva inagotable de inocencia y de abandono. Entenado y todo, yo nacía
sin saberlo y como el niño que sale, ensangrentado y atónito, de esa noche oscura que es el
vientre de su madre, no podía hacer otra cosa que echarme a llorar. Del otro lado de los
árboles me fue llegando, constante, el rumor de las voces rápidas y chillonas y el olor
matricial de ese río desmesurado, hasta que por fin me quedé dormido.
Algo tibio me despertó: como me había dejado caer boca arriba, la cabeza hacia el exterior
cerca del hueco de la entrada y las piernas hacia el fondo del recinto, el sol mañanero rne
daba de lleno en la cara. Me quedé un buen rato echado en el suelo, reconstruyendo de a
poco la realidad, para ver si de verdad estaba despierto, y por fin rne incorporé. Las fogatas
que había visto la noche antes estaban apagadas, el sol alto. Había luz de verano, canto de
pájaros, rocío. En el pasto húmedo, la luz se descomponía en gotas de colores diferentes
que, cuando movía la cabeza, destellaban, diminutas e intensas. Los ruidos sueltos que
llegaban del caserío repercutían hacia el cielo, de un azul intenso y parejo, y demoraban en
extinguirse. Más allá de los árboles se divisaba gente atareada: antes de empezar a caminar
en esa dirección, me quedé un momento inmóvil, cerca del montón de ceniza que había
sido la hoguera de la víspera, y me puse a mirar a mi alrededor: el caserío, disperso y
endeble, parecía extenderse bastante tierra adentro, porque desde donde estaba parado
podían verse fragmentos de paredes de adobe y de techumbres de paja que se perdían entre
los árboles sin orden aparente. Aparte de los que venían de la playa, ningún otro ruido
interrumpía el silencio tranquilo de la mañana. La luz del sol se colaba por entre el ramaje
espeso de los árboles y estampaba, aquí y allá, entre las hojas, en la pared de una vivienda, [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • apsys.pev.pl