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El escándalo, empero, no disminuyó los servicios de la dinastía a la causa de la
literatura. Desde entonces brota de los simposios áticos la corriente inagotable de
toda clase de poesía y del culto a las musas. Los tiranos tenían a honor ser celebrados
con sus torneos de carreras como vencedores en los juegos nacionales de los helenos.
Prestaban su apoyo a toda clase de concursos agonales. Fueron una Poderosa palanca
en la elevación de la cultura general de su tiempo, e ha afirmado que el gran
desarrollo de los festivales religiosos y la solicitud por las artes, que es rasgo
característico de los tiranos griegos, nacían sólo del designio de apartar a la masa
inquieta de la política y de distraerla sin peligro. Aunque estos designios marginales
se hallaran en juego, la consciente concentración en esta tarea demuestra que
consideraban sus cuidados como una parte esencial de la vida en comunidad y de la
actividad pública. El tirano se muestra así como un verdadero "político"; fomenta en
los ciudadanos el sentimiento de la grandeza y el valor de su patria. El interés público
por estas cosas no era ciertamente algo nuevo. Pero aumentó súbitamente de un modo
asombroso con el apoyo de los poderes y la posesión de medios. El interés del estado
por la cultura fue signo inequívoco del amor de los tiranos hacia el pueblo. Siguió,
después de su caída, en el estado democrático, que no hizo más que seguir el ejemplo
de sus predecesores. Desde entonces no fue posible ya pensar en un organismo de
estado plenamente desarrollado sin una actividad sistematizada en este orden. Verdad
es que las actividades culturales del estado consistieron predominantemente en la
glorificación de la religión mediante el arte y en la protección de los artistas por el
soberano, y este magnífico empeño no puso jamás al estado en conflicto consigo
mismo. Esto sólo hubiese sido posible en una poesía que hubiera intervenido en la
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vida pública y en el pensamiento más profundamente de lo que era permitido a los
poetas líricos de la corte de los tiranos, o mediante la ciencia y la filosofía que no
existían en aquel tiempo en Atenas. Jamás hemos oído de una vinculación (219) de
los tiranos a las personalidades filosóficas. Consagraban, en cambio, sus mejores
fuerzas a la propagación general y a la pública valoración del arte y a la formación
musical y gimnástica del pueblo.
El mecenazgo de muchos tiranos del Renacimiento y de las cortes reales
posteriores, con todos los servicios que prestaron a la vida espiritual de su tiempo,
nos aparece como algo forzado, como si aquel género de cultura no tuviera raíces
profundas ni en la aristocracia ni en el pueblo y fuera sólo capricho lujoso de una
pequeña capa de la sociedad. Es preciso no olvidar que ya en Grecia ocurrió también
algo parecido. Las cortes de los tiranos griegos, al finalizar el periodo arcaico, son
algo parecido a las de los primeros Médicis. También ellos concibieron la cultura
como algo separado del resto de la vida, como la crema de una alta existencia humana
reservada a pocos, y la regalaban generosamente al pueblo que era enteramente ajeno
a ella. La aristocracia jamás hizo semejante cosa. La cultura que poseían no se podía
trasmitir de este modo. Ahí reside su importancia perenne, aun después de la pérdida
de su poder político, para la educación y formación del pueblo. Sin embargo,
pertenece a la esencia misma del espíritu la facilidad de separarse y crearse un mundo
propio en el cual halle condiciones más favorables para su actividad que en medio de
las rudas luchas de la vida cotidiana. Las personas de espíritu preeminente gustan de
dirigirse a los poderosos de la tierra. O, como reza la anécdota atribuida a Simónides,
el miembro más preeminente del círculo de Pisístrato: los sabios deben dirigirse a las
puertas de los ricos. Con creciente refinamiento, las artes y las ciencias caen
gradualmente en la tentación de circunscribirse a unos pocos conocedores e
inteligentes. El hecho de sentirse privilegiados une al hombre de espíritu y a su
protector aun a pesar de su mutuo menosprecio.
Así ocurrió en Grecia al finalizar el siglo VI. A consecuencia del desarrollo de la
vida espiritual de los jonios, la poesía de los últimos tiempos arcaicos pierde toda
vinculación con la vida social. Teognis y Píndaro, fieles a los ideales de la nobleza,
constituyen una excepción. De ahí su modernidad y su mayor proximidad a Esquilo,
poeta del estado ático en tiempo de las guerras pérsicas. Estos poetas representan,
aunque a partir de puntos de vista distintos, la superación del arte puramente virtuoso
del tiempo de los tiranos y se hallan respecto a él en una posición análoga a la de
Hesíodo y Tirteo ante la épica de los últimos rapsodas. Los artistas que se agrupan en
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